Hace unos días descubrí lo que un buen amigo había escrito sobre mi tras leer el blog de Misterce. Entre otras cosas, hablaba de aquellos gustos y pasiones que compartimos y aseguraba que había descubierto que los dos creemos a pies juntillas en la cromoterapia. Esto último me hizo reflexionar mucho porque es algo que yo no sabía de mi misma o al menos no de manera consciente.
Como suele pasar casi siempre, los amigos acaban descubriéndote cosas de ti misma de las que tú no tenías ni idea pero que son obviedades para el resto del mundo. Y efectivamente, puede decirse que el color ha sido desde bien pequeña una parte fundamental de mi vida y sí, también es cierto que, al menos en mi caso, obra efectos sanadores tanto en la mente como en el alma.
Puede que todo empezase con aquel abrigo rojo de mi madre por el que yo, con apenas cinco años, sentía adoración. O por las telas de colores increíbles que había siempre en la casa de mi abuela que hacía auténticas maravillas con los patrones del Burda. Pensándolo bien, creo que esta pasión por el color y la intensidad es algo genético.
A menudo una simple observación, lanzada al aire, así sin querer como la que hizo este amigo mío, te hace comenzar a tirar de un hilo que termina llevándote a algunas conclusiones. Y esto es justo lo que me ha ocurrido. Me he dado cuenta de que el color para mí es un modo de vida que se ha ido forjando poco a poco hasta llegar a su punto de eclosión con Misterce.
No puedo vivir sin color, ni en mi casa, ni en mi trabajo, ni en los viajes, ni en las emociones y ni tan siquiera en las comidas. El color me aporta energía, vitalidad, optimismo, alegría… y borra cualquier atisbo de pesimismo que pueda amenazarme.
Lo que más me atrae de los países que visito, lo que hace que realmente me enamore de los lugares, de sus tejidos, de sus tradiciones es precisamente la riqueza cromática. Esto es lo que me ha ocurrido cuando he visitado India, lo que me ocurre cada vez que voy a Marruecos, el año que estuve en Guatemala, lo que busco en Bangladesh … Y todo ese colorido es el que también intento plasmar en Misterce y por esto también me vuelvo literalmente loca cada vez que tengo que enfrentarme a los pantones y decidir los diferentes colores de las colecciones. Sí, es verdad, para mi el color, es una manera de vida, un modo de expresarme y de comunicarme con el mundo. Un lenguaje, en definitiva. Y creo que somos muchas las que hablamos el mismo idioma.